Artículo escrito para el libro "Universidad Laboral de Cheste: Etapa fundacional 1969-1972", de Javier Chust.
INTRODUCCIÓN
Antes de pasar al artículo publicado en el libro, y para que todos puedan comprender en qué consistió el especial programa educativo del centro en aquella época del franquismo tardío, quiero hacer una breve introducción para que se conozca mejor en qué consistió un programa educativo que nada tenía que ver con la época. Pero, lo primero, informar que los alumnos nos distribuíamos en Colegios (Residencias) -autónomos en funcionamiento- de unos 205 alumnos y cada uno de nosotros estaba asignado a un aula con 40 compañeros, trabajando en grupo, cooperando unos con otros, sin un texto concreto, consultando e investigando los libros de la biblioteca del aula y trabajando con fichas de actividades.
Los alumnos formamos parte del Consejo Colegial, con voz y voto en las Asambleas. Y un representante de cada colegio, elegido por nosotros, nos representaba en el Consejo Intercolegial. Todas nuestra peticiones eran atendidas y en caso de ser un "no" éste siempre fue razonado.
Según consta en la Memoria del curso 1969/70:
"[...] el centro ha querido, este primer curso, actuar en linea de la educación personalizada cuyas principales implicaciones, rigurosamente observadas, son:
Una individualización del tratamiento educativo.
Un desarrollo de los aspectos sociales de la personalidad.
La creación de agrupamientos flexibles de alumnos.
Como fin la promoción humana y social del muchacho.
En cuanto al "Servicio de Orientación Religiosa":
"En el orden de la vida convivencial se ha buscado una presencia a través de la asistencia pastoral a los colegios, reuniones de grupos, coloquios sobre temas, [...] celebraciones litúrgicas adaptadas. Se ha procurado en todas las actividades un espíritu de diálogo, respeto a la conciencia de los ciudadanos y fidelidad al espíritu ecuménico, garantizándose en todo caso la libertad religiosa".
Para terminar esta introducción, aunque sólo sean unas breves pinceladas, transcribo las palabras que plasma en el prólogo del libro nuestro primer rector, D. Luís Illueca Valero, artífice del programa y de que todos los que pasamos por la Laboral de Cheste nos sintamos "chestanos" de por vida:
"...Insistimos en sustituir la obediencia impositiva por la reflexión organizativa y convivencial. Implicamos a los alumnos en la organización de sus actividades y en la participación social y representativa en los colegios".
"Fuimos [...] impulsores de la exigencia y el esfuerzo personal para ser "más y mejor". Incitamos y estimulamos la satisfacción -sin orgullosa vanidad- por la consecución de los logros y por el propósito de alcanzar "la obra bien hecha". "Contentos, pero no satisfechos" fue también otro de los lemas repetidos que guiaron nuestra actuación".
"La participación de los alumnos en las actividades y organización de la vida de cada colegio nunca fue un simulacro democrático. Las decisiones que tomaron los Consejos Colegiales y el Consejo Intercolegial y los proyectos que propusieron, siempre fueron formalmente atendidos."
"Lo innovador de Cheste, fue haber puesto al día los grandes ideales la formación integral de la persona: lograr que cada uno llegase a ser lo que por su capacidad y esfuerzo puede llegar a ser. "Deus et Voluntas Mea", fue el lema inscrito en nuestro escudo. "Dios y mi voluntad". Con el propósito de llegar a ser lo que cada uno puede ser. Transformar en acto y acción la potencialidad de cada alumno".
"[...] "formábamos" a otros, pero también nos "formábamos" nosotros. Tuvimos, no cinco mil alumnos, sino cinco mil individualidades [...] que ejercieron sobre nosotros una fuerte influencia. [...] fuimos "alumnos de nuestros alumnos". ¡Al darnos recibíamos! Esa fue nuestra tarea y nuestro gozo. Eso hicimos y eso recordamos."
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ARTÍCULO PUBLICADO
Alfonso Cortés Vigo
Colegio Buitre, 1969/70
Aún hoy me sorprendo cuando recuerdo la propuesta de mis padres de ir interno a estudiar a las Universidades Laborales y, apenas sin pensarlo, decidí aceptarlo encantado. Mi vida hasta entonces era de lo más feliz, sin problemas con mi familia y mis amigos del barrio, del Instituto… y precisamente por eso me sorprende haber aceptado salir a estudiar fuera de Santander, lejos de casa y de todo aquello y aquellos que me eran familiares. Nunca me arrepentí de tal decisión y siempre agradecí la propuesta.
Me asignaron al Colegio Buitre, en la quinta planta de la segunda residencia (de cuatro residencias, dos estaban aún en desuso). Ese primer año sólo estuvimos 2.500 alumnos (el 50% de su capacidad). Me sorprendió la configuración de los dormitorios, abiertos al pasillo, con literas (me tocó una de arriba) y la taquilla donde tuve que colocar mis pertenencias como buenamente pude. Mis compañeros de habitación estaban tan impresionados como yo; enseguida congeniamos: eran de Teruel, de Madrid, de Galicia y yo, de Santander, aunque mi origen es Vigo. Mi relación con todos ellos fue excelente, especialmente con mis paisanos gallegos. El contacto con algunos de ellos se prolongó más allá de nuestra estancia en Cheste.
Ya con la luz del día ver aquellos grandes edificios de residencias, los de aulas, las dos piscinas, los comedores cuadrados y redondos elevados a modo de platillos volantes y el pabellón y las pistas deportivas, además de los grandes espacios que lo rodeaban todo, nos dejó a todos con la boca abierta, literalmente. En los días posteriores, fuimos conociendo el resto de instalaciones como la capilla -circular-, el hospital, el edificio de Docencia y de Administración con los estanques elevados con nenúfares, la cafetería con su impresionante mural y la moderna fuente en el patio de acceso y, por último, el espectacular paraninfo, de un estilo arquitectónico que nos maravilló a todos.
A partir del momento que comenzaron las clases y las actividades ya normalizadas, la diferencia respecto a mi vida en el Instituto y colegios anteriores en los que estudié fueron enormes. Los profesores mostraron siempre un talante de apoyo activo hacia nosotros, ayudando en todo lo que era necesario para sacar la tarea adelante en el aula. Muy diferente a lo que había experimentado hasta entonces: profesores que exigían de forma autoritaria, sin detenerse ante las posibles dificultades que uno pudiera tener en las diferentes asignaturas, salvo excepciones; por no mencionar los golpes de regla en las manos o en las puntas de los dedos a los que nos tenía acostumbrados algún que otro “maestro” de colegios anteriores al Instituto seguidores de “la letra con sangre entra”. En Cheste todo cambió a mejor, no sólo por el profesorado, también por el método de enseñanza y por la gran cantidad de medios con los que contábamos: biblioteca de aula, biblioteca en la residencia, laboratorio de idiomas, instalaciones deportivas…cualquier material que pudiéramos necesitar y todo de primer orden.
Respecto al método de enseñanza éste supuso un gran cambio en mi forma de ver la pedagogía y, con algunas variaciones, años más tarde lo pondría yo en práctica cuando me dediqué a la enseñanza de EGB. Durante ese curso observé que cada uno de nosotros avanzaba a su ritmo y según su capacidad y siempre apoyado en un segundo plano por el profesorado una vez comenzaba el tiempo de las actividades: finalizada la explicación del tema del día los alumnos nos dirigíamos a una estantería en la que se encontraban varios montoncitos de folios con los ejercicios y actividades para hacer, cada uno de un color diferente en función de la dificultad, creciente de menor a mayor. Durante un tiempo señalado -dos, tres días…- debíamos ir avanzando desde los niveles mínimos a los de mayor dificultad que cada uno pudiera, siempre contando con el apoyo del profesor o profesora correspondiente, evitando el estrés y la presión, de modo que cada uno se esforzaba, sin rivalidades, en avanzar y aprender lo máximo posible. Y ese esfuerzo se valoraba en la calificación correspondiente.
Durante mi año de estancia hubo varias cosas que me hicieron descubrir nuevas aficiones que pondría en práctica en el futuro con mis alumnos, tanto de Primaria como de Secundaria. Una de ellas fue la existencia de la megafonía en la residencia. Celestino P.L., compañero de habitación y yo, hablamos con Hermida, nuestro director, para poder hacer grabaciones a modo radiofónico. Se mostró entusiasmado con la idea y un par de tardes a la semana nos juntábamos en el despacho y nos dedicamos a grabar en aquel “magnetófono” profesional en el que se podían grabar varias pistas de forma individual y luego reproducirlas conjuntamente. Contábamos con un tocadiscos conectado a la entrada de grabación, además de un micrófono por el cual se daban habitualmente avisos por megafonía. Las grabaciones de “programas musicales” y otras animando a realizar las actividades que se programaban en el Colegio se emitían durante la tarde-noche o fines de semana. A partir del curso siguiente y durante cuatro años, pude realizar algo similar en la Laboral de Coruña. En la Navidad de 1970, mi padre me compró un magnetófono similar, pero portátil, con el que me dedicaba a hacer entrevistas y grabar música. Aún hoy lo conservo. Años después, ya de profesor, siguiendo la afición, realicé con mis alumnos grabaciones radiofónicas, de televisión y cortos cinematográficos.
Hermida, nuestro director, era una persona de ideas y recursos. Una de las que puso en marcha y a la que me apunté, fue el "Club de Tráfico”, donde fuimos agentes para organizar y dirigir el tráfico de coches que se originaba los fines de semana con motivo de la visita de muchos padres al centro para ver a sus hijos. Además de informarles, desde la rotonda de entrada se les dirigía hacia la explanada de aparcamiento, tras la cafetería, evitando que tomasen la carretera que sube por la izquierda hacia el hospital (enfermería). Él mismo nos proporcionó cascos, guantes y puñetas, todo blanco, como llevaban entonces los guardias urbanos de tráfico, además de los silbatos. Y, cómo no, también consiguió un pedestal alto, circular, con bandas rojas y blancas para poner en esa primera rotonda y dirigir el tráfico subidos en él. Fue una experiencia divertida e interesante entre la que se encuentra la visita que nos consiguió a la Jefatura de Tráfico de Valencia donde, entre otras cosas, nos mostraron el museo y fotografías del archivo histórico. Una visita que aún recuerdo como si hubiera sido ayer.
Otras salidas que recuerdo gratamente fueron algunas como la excursión a Chiva y a la playa de Cullera, donde lo pasamos en grande.
Otro de los aspectos positivos de haber estado en Cheste y que me sirvió para el futuro, fue la independencia personal, el tener que resolver por mí mismo los problemas que pudieron surgir, en todos los aspectos, sin mediación ni intervención de mis padres como había ocurrido hasta entonces por cuestiones académicas, por ejemplo. Eso hizo que posteriormente no necesitase recurrir a ellos ante cualquier incidencia por tener ya recursos suficientes.
Y es que en Cheste todo fue fácil, hasta para eso, pues estaban abiertos al diálogo y a las resoluciones democráticas dentro y fuera de las aulas. “Democráticas” en esos años, quién lo iba a decir. Pero eso fue lo que viví, porque desde todas las instancias académicas dentro de la Laboral de Cheste se preocuparon de que así fuera. Y ese fue su gran y arriesgado mérito para el tiempo político que se vivía. Recuerdo con agrado que el único “himno” que nos enseñaron a cantar para los actos institucionales y académicos fue el Gaudeamus Igitur, himno universitario por excelencia que años más tarde tendría la oportunidad y el placer de cantar gracias a haberlo aprendido en ese momento, pues en la Universidad no nos lo enseñaron a pesar de abrir los actos académicos con él; qué contradicción.
Las horas de estudio en la residencia por las tardes me inculcaron el hábito diario de dedicación para reforzar lo trabajado en las clases del día. Pero aficionarme entonces a un juego al que no había tenido acceso anteriormente, como fue el ping-pong, me ayudó a pasar buenos ratos de ocio y de fin de semana con compañeros que en algunos casos no había tenido oportunidad de relacionarme, lo que me enriqueció personal y deportivamente. En el caso de las piscinas ya fue ¡lo más!. Nunca había tenido oportunidad de bañarme en ninguna hasta ese momento. El miedo al ridículo hizo que la noche anterior a que la clase de Educación Física se fuera a impartir por primera vez en la piscina me fuese a los servicios cuando todos dormían para atreverme a abrir los ojos dentro del agua, metiendo la cabeza en un lavabo que había llenado hasta arriba. Porque sabía que por debajo del agua había que nadar con los ojos abiertos para ver por dónde ibas. Finalmente lo logré y al día siguiente todo transcurrió en la “normalidad”.
Anécdotas como la anterior tengo varias, alguna incluso peligrosa, como cuando íbamos la pandilla a buscar escorpiones por el pedregal detrás de las residencias y por donde ahora está el circuito de motos, llegando a apedrear a alguno que otro. Eran pequeñas “aventuras” de fin de semana con las que pasábamos el rato.
Y es que el tiempo daba para mucho y, al menos yo, no tengo el recuerdo de haberme aburrido nunca. Fueron muchas, también, las tardes que hablábamos de cómo eran antes nuestras vidas en casa, en nuestros pueblos y ciudades. Algunos chicos de mi grupo habitual tardaron en acostumbrarse a vivir lejos de sus familias y sus amigos, y nosotros les ayudábamos a llevar la vida en Cheste más fácil. En mi caso, aunque echaba de menos a los míos, lo llevé siempre muy bien escribiendo muchas cartas a mi familia y a mis amigos. Creo que incluso llegué a hablar de más cosas con ellos por carta que cuando estábamos juntos. Era divertido comunicarse sin teléfono ni emails ni Messenger ni ninguno de los sistemas que hoy han desbancado prácticamente el correo postal personal.
Un momento muy esperado del fin de semana era ir al cine al Paraninfo y a la cafetería a comprar mis galletas favoritas de limón y una Fanta. Realmente nos conformábamos con poco, o sería que tampoco necesitábamos más. Pero antes había que pasar por la oficina que la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia tenía habilitada allí para poder sacar de la cartilla de ahorros que nos abrieron las 25 pesetas semanales permitidas con que pagar esos pequeños gastos (15 cents de hoy). Y a veces aún sobraba para el fin de semana siguiente.
El día finalizaba con el reparto del botellín de Cholet antes de subir al dormitorio. Mi preferido era del de cacao. Esa costumbre del cacao antes de dormir la he mantenido hasta hoy ¡qué cosas!
Un momento importante que tuvo repercusión en mi futuro inmediato y profesional fue cuando el equipo de Orientación hizo las pruebas psicotécnicas (entre otras mediante el test de Rorschach). En mi caso me informaron de mi capacidad tanto para ciencias como para letras y me orientaron con preferencia hacia estudios técnicos. Lo cierto es que el funcionamiento y los entresijos de los aparatos electrónicos siempre habían atraído mi curiosidad, así que eso me animó a tomar la decisión de hacer la Oficialía Electrónica, a partir del siguiente curso en la Laboral de La Coruña, abandonando el bachillerato pero con la posibilidad futura de hacer estudios universitarios, haciendo el curso de “Pre-COU” y COU, como así hice tres años después en la Laboral de Gijón antes de hacer Magisterio en la Universidad de Cantabria y posteriormente Logopedia. La Oficialía Electrónica me valió luego para poder impartir Tecnología en 2º de ESO.
Cuando les comuniqué a mis padres la idea de dejar el bachillerato para hacer Electrónica en La Coruña me apoyaron porque sabían que eso me gustaba. Yo estaba encantado porque, además, estaría al menos los próximos tres años en mi querida Galicia, cerca del resto de familiares. Y así sucedió.
Antes de finalizar el curso, nuestro director, Hermida, consiguió -como tantas otras cosas- que una bodega de vinos de Valencia hiciera un embotellado y etiquetado especial para nuestro Colegio Buitre. Esa botella, junto con una “paella” recuerdo de Valencia, fueron los regalos que llevé a casa en junio de 1970. Pero, además, llevé también como “regalo” Lengua y Literatura Española para septiembre. Eso supuso que ese verano del 70 lo pasara, en parte, preparando el examen.
En septiembre me acompañó mi madre en el viaje: tren Santander-Madrid y Madrid-Cheste en un taxi que se ofreció en la estación a llevarnos por el mismo precio que nos iba a costar el billete en tren. Y nos dejó en el mismo Cheste. Allí nos quedamos en una pensión y el examen fue, creo recordar, en el Salón de Grados. Hubo tres preguntas, una de las cuales fue un comentario de texto sobre un fragmento de La Celestina. Salí contento. Creo que no lo hice mal porque la profesora me puso un 7.
Y ese día de septiembre fue mi último contacto con la Laboral de Cheste, centro donde crecí como persona en todos los aspectos y a cuyo rector, profesores, tutores, ayudantes y director estoy enormemente agradecido. Por suerte, coincidí en Coruña con algunos de Cheste y la relación con alguno aún hoy permanece.
En octubre de 2019 regresé con motivo de la celebración del 50º Aniversario del Centro acompañado de mi esposa. Recorrer de nuevo sus calles y edificios, el reencuentro con antiguos compañeros y el intercambio de experiencias, hizo muy agradables e inolvidables esos días de convivencia.
[Escrito en abril de 2022]